LAS FAMILIAS QUE ELEGIMOS. LESBIANAS, GAYS Y PARENTESCO es el resultado del trabajo de campo de Kath Weston que se produjo principalmente en la bahía de San Francisco, lugar con una gran representación de los colectivos de lesbianas y gays.

Este texto etnográfico consigue introducirse de fondo en las entrañas del parentesco y la relativización de sus términos, produciendo material empírico basado en el trabajo de campo, la observación participante y los testimonios de numerosas personas gays y lesbianas que explican su experiencia social y familiar desde el interior de las identificaciones como personas homosexuales, la homoparentalidad, o el profundo rito de paso «salir del armario».
El estudio del parentesco es uno de los campos de conocimiento más representativos de la Antropología clásica. Sin embargo, Kath Weston, autodeclarada como lesbiana, identidad que le supuso grandes facilidades para moverse por el “grupo nativo” objeto de estudio, produjo una gran perspectiva interna de las distintas realidades que dan forma a la construcción subjetiva y relativa de lo que es, en definitiva, la formación de una familia.
“Las familias que elegimos” hace una gran contribución a la comprensión de la categoría “familia” como un proceso sociocultural que va mucho más allá de la biología o de la familia nuclear. Las familias se construyen culturalmente.
Incluso toca algo el tema de las sustancias. Predominantemente, en occidente se le da un valor absoluto al semen como sustancia que produce parentesco. Sin embargo, la cosmovisión en términos de la vida, el parentesco y la familia es relativa a las propias categorías simbólicas de cada grupo.
Por ejemplo, en algunos grupos del norte de Malasia estudiados hace décadas, se comprobó que la leche materna se conceptualizaba como una sustancia que produce una gran fortaleza en las relaciones de parentesco al asociar significados entre los nutrientes y el crecimiento de los huesos y el cuerpo; por lo tanto, una sustancia relevante en el desarrollo como ser humano. Para ese grupo, es la persona transmisora de la sustancia que produce el crecimiento del bebé la que desarrolla una relación de parentesco con mayor fortaleza incluso que el transmisor del semen.
Otras sustancia considerada como generadora de parentesco en estos grupos es el arroz cuando se comparte en un hogar de manera sistemática. Las personas que lo comparten producen parentesco. Hay que tener en cuenta que el arroz requiere de un proceso de siembra, crecimiento, cultivo, recolección y consumo con un gran poder simbólico en asociaciones con la vida y la metafísica en determinados grupos. Compartir el proceso es compartir un conocimiento y una experiencia asociada a los símbolos de la vida y la esencia de algunas formas de existir y entender el mundo. De ahí radica una unión relativizada como lazos familiares entre los miembros que experimentan juntos el proceso del arroz.
También el compartir pisadas o huellas puede tener relación con el parentesco cuando sin duda hay un poder cognitivo y simbólico detrás. Convivir en el mismo espacio vital, producir pisadas en la Tierra que son compartidas por otras personas con los mismos propósitos, y que se van acumulando en el tiempo hasta producir una experiencia que une a sus participantes por lazos familiares que se manifiestan en las formas de relación con elementos de incondicionalidad, ¿o no es eso una familia?
El compartir sudor, saliva, ¿no son sustancias que transmiten bacterias, que propician elementos de homogeneización biológica?
En fin, extrapolad algunos de estos términos de la relativización del parentesco y los modos de ver la familia a la unión de personas lesbianas y gays, la homoparentalidad, etc.
Kath Weston trabaja estos asuntos. A mí me parece una joya de texto y una obra etnográfica de una calidad extrema, no solo por su impresionante trabajo y porque abre una brecha a un estudio del parentesco tradicionalmente positivista en la Antropología, sino porque también lo hace sencillo, para todos los públicos, y porque no deja indiferente a nadie.
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