San Valentín, San Valentín, el día favorito del amor romántico de tantos jóvenes embriagados por las reacciones bioquímicas de sus cerebros a favor de la reproducción. O de los oportunistas, los que están enamorados en secreto, los bienquedas, los que pretenden empalagar, los entusiastas de las sorpresas, los consumistas, los detallistas, los empresarios que frotan sus manos, los transportistas, los repartidores, los chocolateros. Para todas estas personas, os traigo el gesto de amor definitivo.
Este no es el principio de un chiste aunque lo va a parecer casi hasta el final. Estábamos hace unos días reunidos en la mesa de una cafetería un ebanista, una maestra, una cocinera, un auxiliar sanitario y un antropólogo vinculados por cuestiones laborales.
La maestra le pregunta al ebanista para descongelar la mesa dada la proximidad con semejante día tan señalado:
-Bueno, ¿qué le vas a regalar a tu mujer por San Valentín?
A lo que el ebanista le respondió que le iba a hacer una figura de madera tallada a mano para una casa de muñecas que es la principal afición de su mujer. Señaló que lleva años haciendo ampliaciones y que el mobiliario y los personajes que introduce cuestan un riñón. Así que agradece mucho cuando le hace una figura a mano. Se espera el regalo pero no sabe qué mueble va a ser en cada ocasión. Las piezas nuevas le hacen tanta ilusión que no puede resistirse a regalarle eso, incluso a sabiendas de que se lo espera. No hay ninguna otra cosa que le guste tanto comenta, así que se tira días y días analizando la casa de muñecas, observando qué le falta, qué podría encajar, qué le podría sorprender y gustar. Cada año es más difícil y le cuesta cada vez más tiempo hacer algo único.
La maestra comenta que lo tienen pactado. Se van a ir a cenar una mariscada. La mariscada les encanta por una cuestión en concreto. Se piden una fuente de marisco frío y otra caliente y se meten para el cuerpo una o dos botellas de vino blanco cada vez que lo hacen. El hecho de estar pelando marisco hasta las más minúsculas patitas, y extrayendo con los instrumentos más sutiles hasta los últimos pelillos de carne hace alargarse la cena en ocasiones hasta más de dos horas. Es un día en el que aprovechan al máximo para hablar de sus hijos y contar anécdotas de sus años jóvenes. Entre nécora y camarón se suelen intercambiar algún pequeño regalo. La maestra le suele dar alguna manualidad donde plastifica fotos, dibujos de niños de su clase de infantil, enmarca un retrato, una foto de noviazgo o alguna cosa similar.
La joven cocinera trabaja en un gastrobar de tapas y pinchos pijos tal y como los define. No tiene pareja, pero sí quiere hacer algo el día de San Valentín, si se atreve. Un chico repartidor de comida de la empresa Glovo va habitualmente a recoger comida que ella prepara para recorrer la ciudad con su bicicleta hasta su destino. Dice que le gusta mucho, que siente empatía por él porque trabaja todos los días de la semana, casi igual que ella. Mientras la gente de su edad está tragando lo que ella prepara como antesala de los posteriores cubatas que comienzan una calle más arriba en la zona de los universitarios, ellos dos están pringando, así lo describe. Así que cualquier gesto de complicidad, mirada o sonrisa cuando llega sofocado a recoger otro pedido le causa un espasmo en sus intestinos. Señala que ha dejado de comprender su jornada laboral por horas, sino por los contactos que tiene con el repartidor. Su horario lo rige el número de contactos. Si ve que lleva pocos a lo largo de un día y se está haciendo tarde trabaja más rápido para sacar los pedidos y ver si es él el que viene a recoger uno de ellos. Si todavía son insuficientes mete horas extra.
Lo que tiene pensado hacer es meter una carta junto con uno de los pedidos para ver si quiere quedarse a cenar con ella en el gastrobar cuando terminen la jornada y se marchen todos los demás trabajadores. Lo quiere mantener en secreto para no dar explicaciones en el trabajo.
Pues bien, aquí viene el sopesquete de la historia. El auxiliar sanitario los miró perplejo con el codo apoyado en la mesa y la barbilla en su muñeca. Él estaba atravesando un bache. Contó que su pareja y él llevaban el suficiente tiempo juntos como para tomar decisiones sobre su futuro. Ella considera el casamiento, pero a él no le van esas cosas. Ella piensa esta consideración como un rechazo, una falta de compromiso. Él nos revela su amor incondicional hacia ella, y además sus dificultades para expresarse emocionalmente. No es romántico, ni detallista, aunque sabe que su pareja espera ese tipo de comportamientos de él continuamente. Nos cuenta que ha encontrado una solución, su solución. Nos pone en contexto.
Durante los años que lleva trabajando como auxiliar ha realizado muchas labores. Generalmente ha atendido a personas dependientes o de avanzada edad. Considera que ha visto mucha miseria; no en todos los centros donde ha trabajado, pero sí en algunos. Personas «abandonadas» en centros con discapacidad psíquica porque no tienen familia, algunos igualmente abandonados teniéndola. Personas mayores que no reciben más de un par de visitas en todo el año, etc.
Destaca un patrón. Algo que sucede habitualmente en los centros donde ha trabajado es que, al inicio, cuando dejan al familiar, las visitas son frecuentes pero se van disminuyendo en seguida. Los familiares le han hablado en ocasiones que les cuesta mucho ver a su padre, tía, primo en ese estado tan deprimente porque dejan de ser como los conocían cuando ven momentos como el de la limpieza, dependientes de un auxiliar para limpiarse sus partes más pudorosas, cuando además ellos han sido incapaces de hacerlo.
Las primeras veces que se someten a una limpieza después de defecar por parte de un auxiliar se someten a lo que a mí me sonó a un rito de paso. El salto de la persona sana, joven, con inquietudes e intereses, ilusiones, a alguien que necesita que le limpien el culo concentrando en la primera ocasión todo el impacto de golpe, pasando posteriormente a un nuevo estatus social.
El auxiliar señala que esa situación tan desagradable y sufrida se invierte con el tiempo, se convierte en agradecimiento por hacer lo que no consiguió su familia. Al final se normaliza. Éste técnico sanitario es consciente de que recibe un salario por su trabajo, no obstante, disfruta limpiando a las personas que lo necesitan según relata. Igualmente piensa que, cuando su madre o padre lleguen a la vejez o atraviesen una enfermedad que les impida ser autónomos en el aseo y la higiene, el tratará de disfrutar con ellos de esa manera y conseguir que le miren como le miran algunos pacientes. Considera que es un gesto de amor incondicional.
En efecto, cansado de los regalos habituales, su plan para conseguir hacerle comprender a su pareja sus sentimientos y su deseo de envejecer juntos es limpiarle el culo el día de San Valentín, y a mí no me parece una idea descabellada.
Limpiarle el culo a un ser querido que no lo necesita va mucho más allá del amor romántico, es la representación metafórica del amor incondicional. No refleja lo que se hace en un momento de enamoramiento, sino lo que se puede llegar a hacer en el caso de que llegase el momento de necesitarlo.
Os animo a que le limpiéis el culo a vuestra pareja el día de San Valentín.
Deja una respuesta