REGALAR, RECIBIR, DEVOLVER. Por qué en navidad nadie regala gratis

La Navidad es ese extraño acuerdo social en el que millones de personas aceptan, durante unos días, participar en una representación colectiva basada en dos ficciones principales: que estamos encantados de vernos y que los regalos no importan. Ambas son falsas, pero nadie parece dispuesto a desmontarlas del todo. Como todo buen ritual, funcionan precisamente porque nadie las toma completamente en serio.

Los regalos se acumulan bajo el árbol, el papel cruje con una solemnidad impostada y alguien —siempre alguien— propone un orden para abrirlos “para que sea más justo”. Ahí empieza el verdadero espectáculo. No el de los objetos, sino el de las reacciones.

Porque en Navidad no se regalan cosas. Se regalan interpretaciones.

Regalar en Navidad no es un acto espontáneo de amor. Es una prueba práctica de integración social, sin temario oficial y con evaluación permanente. Nadie te explica las normas, pero todo el mundo las conoce. O eso cree.

El regalo correcto debe cumplir un equilibrio imposible:
– demostrar afecto sin exagerar
– mostrar esfuerzo sin presumir
– ser original sin parecer raro
– ser útil sin ser aburrido

Fracasar no tiene consecuencias penales, pero sí una larga posdata emocional. El regalo incorrecto se recuerda. A veces durante años. A veces cada vez que se vuelve a sacar del armario “por si acaso”.

Spoiler antropológico: nadie regala porque sí

Aquí entra el gran aguafiestas profesional: Marcel Mauss. La antropología lleva décadas recordándonos algo que la Navidad intenta tapar con villancicos: el don nunca es gratuito.

Todo regalo implica tres obligaciones ineludibles según este antropólogo legendario:

  1. Dar (porque toca)
  2. Recibir (aunque no quieras)
  3. Devolver (cuando llegue el momento)

La Navidad no suspende esta lógica. La convierte en maratón. Cada regalo abre una cuenta simbólica que queda pendiente, flotando en el aire familiar como una amenaza amable. Nadie habla de ella, pero todos la sienten.

Recibir: el arte de mentir con elegancia

Recibir un regalo es, probablemente, la parte más peligrosa del ritual. No hay margen para el error. La reacción debe ser inmediata, creíble y proporcional. Ni demasiado fría ni excesiva. Hay que parecer sorprendido, incluso cuando el paquete grita desde lejos lo que contiene.

Aquí se aprende una habilidad clave de la vida social: la mentira funcional. Decir “me encanta” no describe una emoción; cumple una función. Mantiene la paz. Permite que el ritual continúe. Hace posible el siguiente plato.

El verdadero drama no es que no te guste el regalo. El drama es que el otro lo sepa.

Regalar también es posicionarse

Los regalos no circulan en el vacío. Circulan en jerarquías. Padres, abuelos, parejas, cuñados, amigos invisibles y niños ocupan posiciones distintas en el sistema. Cada uno regala lo que puede, lo que sabe y lo que cree que se espera de él.

Los niños reciben sin devolver. Todavía. Pero están aprendiendo. Observan, comparan y toman nota. La Navidad es una escuela intensiva de economía moral.

Y luego está el regalo pasivo-agresivo: ese objeto que no pediste, no necesitas y que parece llevar un mensaje oculto. Un recordatorio. Una indirecta. Antropología en estado puro.

En Navidad no se come mucho por descuido. Se come mucho porque hay que hacerlo. El exceso no es un error del sistema: es su núcleo. Comer de más, beber de más, regalar de más. Todo responde a la misma lógica: hoy se suspende el control porque mañana volverá con intereses.

El cuerpo se convierte en campo de batalla ritual. Hay que llenarlo, forzarlo, demostrar que el año termina en abundancia. Luego ya vendrán la culpa, el gimnasio y el arrepentimiento. Pero no hoy.

Negarse a participar no es neutral. Es una posición cultural clara. El que dice “yo no hago Navidad” no desaparece del ritual: se convierte en problema. El transgresor silencioso. El que incomoda sin levantar la voz.

No regalar es romper el hechizo. Y los rituales no toleran bien a quien los señala como rituales.

Entonces, ¿por qué seguimos haciéndolo?

Porque funciona.

Porque, aunque sepamos que no hay gratuidad, el gesto sigue importando. Y aquí es donde la intuición de Marcel Mauss sigue siendo incómodamente precisa. El don no es un objeto: es una relación. No sirve para transferir cosas, sino para crear y mantener vínculos. El regalo obliga, ata, compromete. Justamente por eso es tan eficaz.

Mauss lo vio con claridad en sociedades muy alejadas de la nuestra, pero la Navidad demuestra que no hacía falta ir tan lejos. El don no desapareció con el capitalismo; se replegó en momentos rituales. Regalar en Navidad no suspende el cálculo social: lo disfraza. Le pone papel brillante, a David Bisbal de cómplice y una coartada moral. Pero el mecanismo sigue ahí: dar para pertenecer, recibir para no romper el vínculo, devolver para no quedar fuera.

Por eso el regalo importa incluso cuando es inútil. Incluso cuando no gusta. Incluso cuando decepciona. Porque no está hecho para satisfacer al individuo, sino para confirmar la relación. El regalo dice: seguimos aquí, seguimos jugando a esto, seguimos aceptando las reglas aunque sepamos que son absurdas.

La Navidad, vista así, no es una fiesta de la sinceridad, sino de la lealtad ritual. No exige emociones auténticas; exige participación. No premia la verdad; premia la repetición. Y en esa repetición —incómoda, excesiva, ligeramente ridícula— se sostiene buena parte del orden social.

La antropología no arruina la Navidad. La explica. Y explicarla no la hace desaparecer.

Al contrario: la vuelve todavía más interesante. Porque nos permite ver que, incluso cuando creemos estar regalando por puro amor, seguimos haciendo lo que las sociedades humanas han hecho siempre: usar el don para no romper el mundo.

Recuerda todo esto justo cuando estés entregando tus regalos y, sobre todo, cuando los estés recibiendo. Puedes hacerlo con una ligera sonrisa enigmática, de esas que no delatan que acabas de adquirir un conocimiento peligroso sobre el comportamiento humano. Úsalo para hacer el bien —o, al menos, para no estropear la sobremesa—. Y sí, también puedes dejar que te favorezca de vez en cuando. Pero con cuidado. Como todo buena posición privilegiada, conviene dosificarla.


BIBLIOGRAFÍA

Mauss, M. (1971). Ensayo sobre el Don. Forma y razón del intercambio en las sociedades arcaicas. Sociología y antropología, 47-61.


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