Una isla montañosa, un pueblo segmentario que no quería ser catequizado, un rey envuelto en plumas y pigmentos rojos, y un imperio que llegó más perdido que un cartógrafo miope sin brújula. La resistencia bubi bajo el rey Moka no fue épica por casualidad: fue ingeniería política, ritual y territorial frente a una colonización que entró, primero, por la patata y después por la doctrina. Este artículo reconstruye —entre niebla, mapas torcidos y lógicas indígenas— cómo un pueblo pequeño desafió un imperio demasiado grande para entenderlo.
Debe estar conectado para enviar un comentario.