Los alimentos son representaciones de los medios de producción. Todo lo que ingerimos depende de una serie de procesos económicos, políticos, sociales y culturales; también aversiones alimenticias, que descartan culturalmente determinados alimentos de la dieta habitual; como puede ser el cerdo en determinadas sociedades, pero también el conejo, los caracoles, los artrópodos, y un sin fin de alimentos que los humanos seleccionamos.
Indagando por el todopoderoso internet encontré un ejemplo de receta de una zona de Andalucía. Era una receta de gato con vegetales y patatas. Hoy en día sería muy difícil encontrar a alguien por esa zona que siga reproduciendo esa receta. La estructura culinaria también depende de la política, y hay posibilidades de que incluso esté prohibido comer gatos en España, aunque no estoy seguro del todo.
Levi-Strauss decía que los alimentos son «buenos para pensar», refiriéndose claramente a que están «gestionados» por los aspectos culturales (como las aversiones a comer unos alimentos y descartar otros). Más adelante Rappaport y otros defendieron que los alimentos son «buenos para comer», tratando de demostrar que el estómago es el principal «canalizador» de los alimentos. Es decir, que cuando se pasa hambre se relativizan las aversiones, como en el ejemplo del gato, que fue un alimento habitual en la dieta de mucha gente durante la posguerra, y se incorpora lo que se tiene al alcance de la mano dentro del ecosistema de cada grupo.
¿Son los alimentos «buenos para pensar» o «buenos para comer»? Véase la emergencia del veganismo en los países occidentales como ejemplo.
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